Algunos niños, al llegar a la escuela, ya son capaces de representar lo que
leen: cogen el libro, lo ponen en posición correcta, lo abren, lo miran
atentamente, sueltan un discurso en un tono de voz determinado – distinto del
coloquial–, van pasando páginas… El contenido del discurso puede ser el mismo
contenido del cuento, si lo conocen bien, o la explicación de las
ilustraciones… u otro cualquiera. Pero, a menudo, el lenguaje que utilizan al
hacer ver que leen no es exactamente un lenguaje coloquial, propio de la
conversación, sino una imitación del lenguaje que se escribe (Había una vez un
gigante muy grande, muy grande…).
Esta conducta de imitación
constituye un paso de gigante. Supone que el niño sabe qué es leer, cómo se
hace, cuál es la actitud, el gesto, el tono adecuado. La posición del libro, la
secuencia pausada de las páginas, etc. Una cantidad de información muy
importante que no es posible si, previamente, no ha tenido una experiencia
directa y repetida, habitual, de ver a los adultos leer en voz alta, para él.
Estos alumnos serán, con toda probabilidad, buenos lectores.
Conseguir esta conducta en nuestros
alumnos [o nuestras hijas e hijos] es fundamental. El modo de hacerlo es
servirles de modelo en la tarea de leer: leerles muchos cuentos… y toda clase
de material que se preste a ser leído en clase. El sentido de estas lecturas,
el placer que provoquen en los alumnos, la emoción que produzcan, el bienestar
que experimenten en la situación de lectura, el tono afectivo que rodee
la situación de leer, etc. marcarán sin duda la motivación de los niños para
aprender a leer.
Escribir y leer (I). De cómo los niños aprenden a escribir y
leer. Ed. MEC- Edelvives. Pág. 41